Amazonía. Más de 100 años. Esa edad es la que le calculan sus hijos y nietos. Ella es Rosario Ware, la más anciana del Centro Shuar Ijizam, una comunidad indígena, y hoy la única mujer que se aferra a su territorio ancestral. Resiste o quizá ‘desafía’ la arremetida de una gigante minera en lo que antes eran sus tierras.
La habían desalojado cargándola en una camilla. En el 2014, junto con su familia, fue obligada a dejar su casa de pambil (una de las especies de palma amazónica) y madera, sus ajas (huertos) y su campo en el valle de Tundayme, provincia de Zamora Chinchipe, sur de la Amazonía ecuatoriana y fronteriza con Perú.
Igual como lo hicieron con centenares de familias en otras comunidades indígenas y de colonos, a las del Centro Ijizam las desplazaron y con tractores destruyeron las casas donde vivían.
Y así dejaron libre el paso a la minera Ecuacorriente (Ecsa) para que ejecute su megaproyecto Mirador, en territorio concesionado por el gobierno del expresidente Rafael Correa.
Durante 27 años y en una mina a cielo abierto se extraerán reservas de 2,96 millones de toneladas de cobre; 26,08 millones de onzas troy de plata; y 3,22 millones de onzas troy de oro.
Ocho años después, volvimos a la zona y una amplia panorámica desde el costado sur nos permitió ver que aquel manto verde era borrado por decenas de palas mecánicas, tractores y volquetas.
A Rosario Ware la llevaron a refugiarse en una casa arrendada en el centro de El Pangui por María Isabel, una de sus siete hijos.
Pero la abuelita, como la tratan su familia y los comuneros, no se sintió bien en ese mundo tan extraño para ella. Tres intentos de volver a su terruño había hecho por cuenta propia, en uno de ellos hasta salió cargando sus sábanas, cobija y ropa.
Hasta que, ante el riesgo de que sufra algún accidente o que se perdiera en sus intentos, sus nietas Alicia y Raquel Mashendo llegaron en una camioneta alquilada a dejarla donde la visitamos el sábado 3 de marzo.
Esta vez ya no en Ijizam, porque ahora allá ya no se puede entrar. Todo esta resguardado con fuerte seguridad privada y se encuentra ocupado por un campamento, además de decenas de gigantes palas mecánicas que rasgan ese valle verde que antes era Mirador, en plena Cordillera del Cóndor.
Ahora la abuelita Rosario vive en la otra ribera del río Kimi, unos tres kilómetros más al sur de Tundayme, el centro poblado más cercano. Allí, su hijo Mariano Mashento, de 64 años, se asentó hace unos 10 años, desde cuando era jornalero en una finca ganadera del sector.
Él asegura que la casa y sus ajas están en un terreno que era del Ejército y que tampoco constaría en los linderos de lo adquirido por la minera. Que por eso, pese a que el 7 de enero del 2016 los visitó gente de Ecsa para advertirles que se vayan, no lo han desalojado. Aparte que ha recibido el apoyo de dirigentes y más personas.
Cada 8 o 15 días, el hombre lleva a vender guineos y otros productos a Tundayme. Con ese dinero, compra sal, manteca y de vez en cuando arroz. A El Pangui suele irse cada tres meses para aprovisionarse de medicinas para dolores reumáticos y cólicos, además de ropa y botas.
Sin embargo, siempre camina con precaución ante el miedo de ser desalojado. No se olvida de cómo, en el 2014, les obligaron a salir y destruyeron sus casas. Igual como ocurrió con las viviendas, escuelas e iglesias de otras comunidades como San Marcos.
Policías, militares y personal de la minera usaron la fuerza y gas lacrimógeno para sacar a los habitantes de la zona. Los dirigentes shuar denuncian tres líderes asesinados y al menos 70 procesados.
A José Tendetza lo encontraro muerto, con sus manos y pies atados flotando en el río Chuchumbletza, en Zamora Chinchipe, el 3 de diciembre del 2014.
Un año antes, el 7 de noviembre del 2013, Freddy Taish falleció en un operativo militar, que había empezado con una requisa de dragas en la comunidad de Campanak Ets. Antes, en el 2009, murió Bosco Wisuma en el puente sobre el río Upano (Macas), en una movilización que defendía el agua.
Hablando en su esencia más pura del shuar (lengua ancestral que heredó de sus antepasados), Rosario Ware se lamenta porque ahora todo está destruido donde antes vivía. Su nieta Alicia Mashendo hace de traductora.
Igual siente pena por la contaminación del río Kimi, donde antes incluso iban de pesca. En medio de un estruendo continuo y a unos 150 metros de ahora habita, dos grandes palas mecánicas arrancaban las piedras del lecho y las apilaban en la orilla derecha.
- Un ejemplo de resistencia
Sentada sobre su cama, la mujer shuar con agrado comía maito (pescado y palmito, envueltos en hoja de bijao y cocinados al vapor) y yuca. Ese bocado tradicional la brindaron sus familiares y comuneros que llegaron en el transcurso de la mañana. Unos y otros acudieron para expresar su respaldo a la abuelita Rosario.
"Para nosotros, ella es un ejemplo de lucha y resistencia”. Así lo expresó Salvador Quishpe Lozano, prefecto de Zamora Chinchipe y uno de los principales líderes indígenas amazónicos y de Ecuador en general.
Salvador Quishpe acudió junto a familiares de la mujer, autoridades provinciales como la viceprefecta Karla Reátegui, dirigentes indígenas, comuneros y más personas para participar en una minga comunitaria-
Jóvenes y adultos, hombres y mujeres adecentaron la entrada empinada desde un camino de lastre hacia la casa de Rosario. Quishpe, con barreta en mano ayudó a abrir una suerte de gradas. Luego con un pico, limpió una acequia para que corra el agua lluvia.
A su edad, Rosario Ware insiste que nada la ahuyentará del valle donde ella creció y vio crecer a sus hijos y nietos. Aún más ahora que podrá vivir en su casa con características shuar, que la ayudaron a arreglar mediante la minga comunitaria del sábado 3 de marzo.
Allí, junto a su hijo Mariano Mashento, seguirá resistiendo con esa dignidad de mujer y ser humano ante el permanente riesgo de ser desalojada.
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